lunes, 9 de febrero de 2009

Siempre es un mal momento

Esta tarde suena mi teléfono móvil.

- Buenas tardes. Te llamo en nombre de [nombre omitido para proteger a los inocentes]. Hemos considerado tu currículo y nos gustaría mantener una entrevista. ¿Te pillo en un mal momento?
- Nononono, dime, dime -respondo subiéndome los pantalones.

Es la primera llamada desde que llegué a Madrid, el 1 de enero. Magufamente, echo cuentas. Cuarenta días. La cuarentena. Trescientos mil trabajadores han ingresado en las estadísticas del paro. Yo saco la cabeza. Han llegado a mí a través de un portal de empleo por internet, ergo ese centenar largo de solicitudes que envié ha cumplido su cometido. Los fletes marítimos de carga seca van p'arriba, lo que podría ser indicador del final de la crisis mundial (de la española nos ocuparemos más adelante). Hacer cosas, incluso sin levantarse del sillón (donde, la mar de cómodamente, trabajo con el portátil gracias a una mesilla de esas para cenar viendo la tele), da resultado.

Tengo un problema. Reviso las requisitos deseados en la oferta de empleo, busco información sobre la empresa y... a priori no me seduce demasiado. ¿Seré malcriado? Siento tentaciones de no acudir a la entrevista. Hay otros 25 preseleccionados. ¿Tendrán ya un favorito y la fase de entrevista es sólo un paripé? Antes de comparecer, debería leerme una docena de artículos sobre cuestiones técnicas. El puesto exige un perfil en el que no acabo de encajar, pero me da como vergüenza presentarme sin repajolera idea. Mi ética del desempleado me dice que debo aparentar interés, aunque me apetezca más apuntarme a unos cursillos gratuitos, que organizan esos malvados señores de la CEOE, e ir tirando hasta que en octubre me apunte a un máster. Pero debería trabajar. Porque yo no cobro paro. Cuando estaban echando a todo el mundo de sus empleos, yo me fui. Por mi propio pie. Y me vine a Madrid. Pero esto ya lo hice en coche, porque hubiera tardado un par de semanas, si no.

Otro día seguimos, porque mañana tengo una entrevista y ya me han dado las tantas.

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